25 enero, 2013

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Visitamos una granja en Ourense regentada por E. y su marido I. Nos enseñan las instalaciones y les acompañamos en sus tareas.

E. va recorriendo todas las  jaulas en las que están las madres con sus crías y revisa el tamaño de los recién nacidos. Saca a los conejos más pequeños del nido “así consigues conejos más grandes en el engorde, y los otros aprovechan más la leche”,  los  mete en una caja para después decidir qué hacer con ellos: o meterlos con otra madre a ver si crecen o matarlos.

Vemos in situ cómo mata a las crías, partiéndoles el cuello apretando la tráquea con los dedos para después echarlas en una caja, donde los recién nacidos se asfixian mientras abren la boca intentando desesperadamente que entre aire en sus pulmones. Esta agonía dura casi un minuto. Según ella, las mata porque “son producciones industriales y a veces tienes que hacer cosas que no te gustan”.”Te llegas a acostumbrar, es como quien opera, te parece normal lo que haces y yo prefiero no pensar si sufren o no”.

También nos enseñan cómo quitan el pelo que se queda acumulado encima de las jaulas. Recorren la nave con un soplete que emite una llamarada de fuego sobre las jaulas, de esta manera queman  el pelo sobrante. Los conejos están dentro de las jaulas durante todo el proceso y también les producen quemaduras a ellos,  sobre todo los bigotes.

Vemos escenas de canibalismo de una madre hacia una cría, y algunos conejos con heridas en las orejas y el hocico. Nos dice que las madres paren nueve veces al año. En condiciones naturales parirían dos veces.

E. reconoce que los conejos son animales agradecidos y defensores de sus crías, como cualquier madre.