5 agosto, 2012

web_20120805_sanpedroVisitamos una granja a las afueras del municipio de San Pedro de Gaillos, en Segovia. Está constituida por cuatro naves, dos de tipo túnel modernas, y dos más pequeñas y antiguas. Fue el granjero quien nos ofrece la entrada para conocer su granja, visitando nave por nave.

No encontramos muchas diferencias con el resto de las explotaciones visitadas: muchos conejos muertos tirados por el suelo, conejos con trozos de orejas arrancados por sus compañeros, y algunas heridas en el lomo y las patas.

Más tarde, llega su compañero de trabajo, y el granjero que nos está mostrando a los conejos comienza a ponerse nervioso y con tacto nos invita a dejar las instalaciones. Ya en la puerta de salida nos presenta al otro granjero, J. y permanecemos un rato más hablando con ellos. J. tiene un collar con la figura de un conejo en el cuello, y nos comenta que posee el colgante porque “amo a los conejos”.

Al cabo de un rato, nos dicen que se han fiado de nosotros para dejarnos ver las instalaciones porque creen que no somos “ecologistas radicales que difundimos las imágenes de animales heridos, enfermos o muertos por Internet”. Tachan a los activistas que entran en granjas y rescatan animales de ecologistas extremistas que intentan, según ellos, “revivir al muerto” mediante las imágenes que sacan de las granjas, añadiendo J. que “es como si vas a la UVI y los extremistas médicos o el sindicato intenta resucitar a los muertos”.

Además nos confiesan que algunas veces matan conejos para consumo propio cortándoles el cuello sin aturdimiento previo, justificándose textualmente: “para vivir unos tienen que morir otros”. Charlando de lo diferente que son cuando están vivos y cuando están muertos sin piel, el granjero afirma:“están pa eso, pa que luego estén sin piel”. Hablando acerca de si sufren o no los conejos cuando se les corta la yugular, J. contesta: “no seamos ecologistas, todo el que muere sufre; sufrir sufren todos, dos segundos o dos horas”.

A continuación nos dirigimos hacia otra granja, situada a 200 metros del municipio de Rebollar, en San Pedro de Gaillos. Nos acercamos a la granja y oímos unos chillidos que nunca antes hemos escuchado. Nos acercamos lentamente e identificamos que provienen de dentro de la explotación.

Sale a recibirnos M., la responsable de la explotación, y nos invita a visitar la granja.  Nos lleva dentro mientras se fuma un cigarro y deja pasar también a uno de los perros. Vemos algunos conejos yaciendo muertos en las jaulas, otro con malformación en las patas y un conejo de apenas un mes de vida con una infección tan grande en su ojo izquierdo que no se le ve el ojo, sólo un bulto de color oscuro. Nos comenta que al perro le encanta perseguir conejos que estén en las fosas y cogerlos.

Tras esto nos propone ver cómo tatúa a las conejas (que posteriormente serán las madres de los nuevos conejos) en vivo, de modo que caminamos hacia otra pequeña nave donde lo estaba haciendo antes de nuestra llegada, y nos enseña la herramienta: se trata de un perforador de oreja con varias agujas que perforan a la vez parte de la oreja.

De esta manera coge la primera coneja, la inmoviliza entre sus piernas y hunde las agujas del perforador en la oreja del animal, mientras éste se retuerce de dolor chillando como nunca antes hemos oído, ya sabemos de dónde venían esos chillidos que hemos escuchado desde fuera de la granja.  A continuación aplica la tinta mediante el extremo de un palo especial en los huecos hechos por el perforador y devuelve la coneja a la jaula. Nos muestra la misma operación con otra coneja, y los acontecimientos se suceden igual. Ante la pregunta de si sufrían los animales, visto los gritos de ambas conejas, M. contesta que únicamente es, en sus palabras, “un poquito de sensación”.